66.-La graduación
Pues parece que aquí estoy, en el cole, tras nueve años,
estoy sentada en el salón de actos junto al resto de padres, preparada con mi
arsenal de pañuelitos de papel lista para llorar como una magdalena (a los
cuarenta ya me dejo llorar a mares si me apetece), pensando que éste es un
momento importante para una madre, un día para recordar, el fin de una etapa,
el acto que reconoce que tu hijo crece y se hace mayor. Siento una mezcla de
tristeza por la pérdida de mi niño pequeño junto con un orgullo y satisfacción porque
mi chico ya es grande y ha conseguido terminar primaria con buenas notas. Mi
niño de ricitos despeinados ya es un hombrecito, pienso mientras le observo de
arriba abajo, sentado tan satisfecho de sí mismo, en el escenario con su banda dorada
y su birrete de graduado.
Ay, Mi niño chiquitín que hace nada se escondía entre mis
piernas porque no quería ir al cole, que volvía a casa con su babi hecho una
porquería, lleno de miles de manchas y kilos de arena en los bolsillos,
churretes por todos lados y manos negras. Mi niño es ese que esta mañana ha
estado una hora colocándose el tupe y echándose litros de colonia para ir
guapete a su graduación.
Ay, mi niño chiquitín, ese que cuando sin apenas saber hablar
me dijo su primer "mama te quiero", dándome un vuelco al corazón y ahora le da vergüenza que le dé un beso
delante de sus colegas.
Ay, mi niño chiquitín, que tenía miedo por las noches y me
obligaba a quedarme en el pasillo leyendo para que me pudiera ver y se sintiera
tranquilo. Y ahora cierra la puerta de su habitación para tener intimidad como
un adulto.
Ay, mi niño chiquitín al que le compraba los más dulces y
suaves peleles, y ahora se compra
camisetas y pantalones de colores
oscuros y estampados absurdos, los más horribles de la tienda. Y si no estoy de
acuerdo le coaccionó y no respeto sus gustos.
Ahí está mi niño chiquitín en este salón de actos terminando
primaria, sintiéndose a sus escasos once
años un tipo mayor, porque deja el arropo del colegio y se aventura a la nueva
experiencia de secundaria. Él se piensa que ya es grande y no sabe que allí
donde va es el más pequeño y novato de todos.
Pero yo, que soy su madre, sé que empieza una nueva etapa,
con grandes y profundos cambios, empezando por su cuerpo, su entorno, sus
hábitos, su obligaciones, su forma de mirar la vida, la forma en que la vida le ve a él. Y como
madre protectora que soy, me gustaría evaporarme, como decía Mecano, para ser
el aire que le acompañará todo el tiempo y poder susurrarle al oido lo que debe
hacer, lo que debe sentir, lo que es importante, lo que no merece la pena... Me
gustaría poder transferirle todo lo que yo he aprendido en estos cuarenta años
de mi vida, quizás pinchándole un USB en
la cabeza, como en las películas de ciencia ficción.
Quisiera guardarle en una cajita para que nada le hiciera
daño, pero por otro lado no quiero que se pierda vivir el cambio, sentir el
progreso, descubrir el mundo, porque fue algo tan maravilloso para mí y deseo
con toda mi alma que lo sea también para él. Descubrir ese nuevo mundo tan aterrador, pero
fascinante... De pronto sentirse distinto y mayor; Entrar en ese juego de
demostrar que eres alguien, de ser medido por los demás, de encontrar tu sitio
sin ser rechazado, ese miedo, esa inseguridad cuando tienes que ganarte la
aceptación de los demás, conseguir un sitio entre tus amigos, esa excitación, ese
vértigo...
¡Ay, madre! Qué miedo que me crezca y que deba enfrentarse a
la vida sin que yo le pueda arropar. Que miedo que no sepa elegir bien. Qué
miedo que no sepa resolver bien los conflictos. Qué miedo que vaya con malas
compañías. Qué miedo que no sea como yo espero. Qué miedo que no sea buena
gente. Qué miedo que al final no cuente conmigo y no me busque cuando se haya
metido en líos. Qué miedo que no haya hecho bien mi trabajo y mi niño no esté
preparado para la que se le viene encima...
Todo esto me da vueltas en la cabeza mientras le veo en la
graduación, con su jersey rojo, su banda dorada, y el birrete, despidiéndose de
sus compis, de sus profes, de este cole donde se ha sentido seguro y querido. Él sonríe feliz cuando dicen su nombre y le
dan el diploma: ¡Lo ha conseguido! Su padre se emociona y yo lloro a moco
tendido.
Y ahora tras la graduación se nos van de viaje de fin de
curso. Son tan pequeños...¡y se van a un hotel al Gandía!
-Les he preguntado en que planta del hotel están.-Me dice
otra mama mientras mordisque el jamón del aperitivp que hemos preparado.
-Ah, ¿sí? ¿Es importante?
-Claro. me han dicho que el primero. Así no podrán escaparse
por la noche y si pasando de un balcón a otro se caen, pues al menos no se
matará. Quizás se rompan algún hueso, pero nada más.
-Ahhhh, no lo había pensado...
-Claro, claro. Hay que pensarlo todo. Además el hotel no
está cerca de la zona de marcha. Así que se les quitará las ganas de irse
andando a ver el ambiente.
- Vaya, tampoco me había planteado que con once años se
fuera de fiesta por la noche.
-Uy, los niños están muy adelantados hoy en día. Me han dicho
los monitores que harán guardia en el pasillo, para cotrolarles todo el tiempo.
Y que revisaran sus cosas, no vayan a llevar quien sabe el qué.
-¿En serio? Pero si mi niño es muy pequeño. Como mucho se
tomaría unos acuarios.
-Sí, sí... Eso es lo que tú te crees. Y no le pienso dar
mucho dinero para que no se lo gaste en las cosas que no debe, ya sabes...
alcohol o drogas.
-¿Drogas? ¡Por Dios! ¡Si se van solo tres días!- Que
barbaridad, si mi niño aún juega con sus cochecitos.
De verdad que no se qué
pensar, si yo soy demasiado inocente o esta mujer ha perdido la cabeza...
Decido que lo que voy a hacer es confiar en mi hijo.
Lo que está claro es que hasta ahora no me había planteado
lo que realmente significa que mi niño me crece y que estas cosas, si no ocurren
ahora, terminara llegando tarde o temprano.
Vaya, pienso, es imprescindible hablar de estos temitas con el niño. Y
pensar que mi padre me contó lo de la semillita a los quince. A ver cómo le planteo al chaval lo del alcohol,
el tabaco, los porros, las peleas, el
sexo, el amor...
No sé cómo explicarle lo que se le viene encima, no sé
prepararle para que haga las cosas bien. No quiero que esto de su pubertad le
pille por sorpresa, y cada día intento prepararle soltándole al pobre los sermones más variopintos:
-Ya sabes que tu cuerpo va a cambiar...
-¿Eh? ¿Qué dices mama? ¿De qué hablas? Estábamos con el
helado...¿Me lo compras o no?
-Pues que dentro de nada, te sentirás distinto. Por lo de
las hormonas. ¿sabes? Lo diste en el cole, ¿no?
-Sí. Pero me prometiste un helado ¡No cambies de tema mama!
-Te cambiará el cuerpo. Te saldrán pelillos. Te cambiará la
voz. Te gustarán las niñas... Eso lo has dado en el cole, ¿no?
-Sí, mamá. Pero, el helado...
-Sentirás cosas nuevas. Ya sabes, querrás agradar y caer
bien. Pero tú haz todo con cabeza. Haz lo que te parezca bien a ti. Tienes que
ceder a veces, pero ser tu mismo. No hagas cosas que no te gusten o no te
parezca bien. ¿Sabes lo que quiero decir? Se comprensivo pero no tonto. Y las
cosas hay que hacerlas con cabeza. Hay que hacerlas, no es bueno tener miedo, es
bueno experimentar pero con todas las medidas de seguridad, hay que ser
cauteloso y sensato... ¿Me entiendes?
-Siii, ¿Y el helado? -Me mira con cara de menudo rollo me
está metiendo mi madre.
-Mira hijo, los cambios son buenos. ¿Sabes? Porque abren
nuevas puertas, te ofrecen oportunidades, y además ...¡Qué aburrido sería todo
si siempre es igual!
-Jo, mamá, ¿Pero me lo compras o no?
-Pero lo más importante y ya te compro el helado si me haces
caso: Siempre, siempre, siempre puedes contar conmigo. Porque nunca nadie te va
a querer más que yo, que soy tu madre y te traje al mundo. Así que hijo,
siempre, siempre, siempre estaré ahí para lo que necesites. Puede ser que me
enfade, que me desespere, que me tire de los pelos, pero siempre, siempre,
siempre hare lo que sea por tí.- Le
suelto esta frase angustiada porque es muy importante para mí que se le quede
grabado. Me mira con cara aburrida y me dice:
-¿Si? Pues si me quieres tanto...¡cómprame de una vez el
helado!
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