75.- Escapada a Candanchu
-Veo, veo… -Dice
Sandra.
-¿Qué ves?
-Una cosita…
-¿Y qué cosita es?
-Empieza por la “T”.
-¡Tren!
-No, no, lo tengo que ver.
-¡TontoLava!
-¡TontoLava!
-Danos una pista.
-A ver. Está dentro del coche, pero también fuera.
-¿Y lo ves?
-Lo veo, pero no lo veo.
-¡Pues vaya pista!
-A ver… Lo vemos todos pero no nos damos cuenta que lo
vemos.
-¿Pero cómo es eso?
-A ver, me explico, está desapercibido.
-¿Desapercibido?
-¡Sí! Está ahí, pero desapercibido…
-Pero, ¿lo tenemos cerca?
-Sí, lo estáis tocando pero desapercibidamente.
-¡Madre mía! Esta
dentro pero también fuera, lo vemos pero no lo vemos y está
desapercibido.
-¿Os rendis?
-Sí, me sale humo de la cabeza.
-¡Pues el Toyota!
-Desapercibido total…
Les habíamos prometido a los
niños hace mucho tiempo llevarles a esquiar. Sandrita jamás había esquiado en
la montaña, solo tiene recuerdos de quedarse en una guardería mientras los
demás nos tirábamos por las pistas y se moría de ganas por subir a la montaña.
Por fin hemos conseguido cumplir nuestra promesa y vamos emocionados de camino
a Candanchú, la estación donde Martín y yo aprendimos a esquiar.
-¡Vaya! ¡Estás en la gloria!
- Pues sí. Este valle me parece de los más bonitos que he
visto. – Y le devuelvo a mi amiga Piti una sonrisa de oreja a oreja.
Estamos en la terraza de la
cafetería “Martini” de la estación de Candanchú, en una especie de tumbona al
sol. Me acabo de desabrochar las odiosas y torturadoras botas de esquí para
disfrutar la satisfacción de sentir correr nuevamente la sangre por mis tristes
y congelados pies.
-¿Te parece si nos pedirnos un Martini mientras llegan los
demás?
-Me parece una maravillosa idea.- Le contesto con otra
sonrisa de oreja a oreja a mi amiga.
Hemos hecho huchita los últimos
meses para escaparnos este fin de semana a la montaña. Llevábamos muchísimos
años sin esquiar, desde que nació la niña y a Martín se le rompieron las
rodillas: Los dos meniscos exactamente. Antes veníamos todos los años ¡nos
encantaba! Nos aficionamos cuando
terminamos de la carrera y teníamos dinerito de nuestros primeros trabajos. Nos
veníamos los amigos de la universidad y lo pasábamos en grande: Por el día
esquiando y por la noche saliendo de parranda en los garitos de la estación.
Eran otros tiempos, teníamos
ventitantos… En aquella época éramos los
primeros en abrir la estación y nos subíamos en el último telesilla para ser
los últimos en cerrarla. Ahora estoy aquí tirada al sol porque prácticamente no
puedo mover un músculo más. Como he perdido técnica después de tantos años sin
practicar, bajo la montaña a base de fuerza bruta y tengo las piernas
destrozadas. Antes lo podía hacer, pero ahora me pesan los cuarenta. Qué pena…, porque yo en aquella época me
imaginaba de mayor bajando las pistas negras con gran elegancia, en un paralelo
perfecto con las piernas juntas y moviendo las caderas en armónico movimiento. Y
por supuesto delgadísima con un mono de última moda. Pero aquí estoy con un
pantalón que no me cierra porque cuando me lo compré pasaba diez kilos menos.
-Pues no hemos subido con el niño al telesilla. Nos han
dicho que había una azul muy larga. Solo que había que bajarse de la silla en
marcha. La verdad es que hemos pensado que era buena idea, con tal de coger una
silla y que Lucas pudiera disfrutar un buen rato del snow, sin caerse miles de
veces en la percha. ¡Y qué follón hemos liado! Porque lo de bajarse en marcha
es literal. Yo pensaba que la silla frenaría o algo así. Pero no. Así que he
tenido que lanzar al niño que por supuesto no ha sabido quitarse del medio y ha
acabado debajo de las sillas.
-¡Madre mía!
- Que me pase a mi no me importa. ¡Pero al niño! ¡Casi me da
un telele! Entonces el padre ha intentado sacarle y se han quedado los dos
debajo del telesilla. –Me cuenta Piti con muchos aspamientos.
-¿Y qué has hecho?
-¡Pues gritar! Había un señor de esos de la estación en una
cabaña cerca. Y al final nos ha ayudado.
¡Qué pena habérmelo perdido! Porque
ya se sabe que todo esquiador que se precie ha quedado atrapado debajo del
telesilla. Por ejemplo una misma. Cada vez que se para el telesilla es que hay
alguien que ha bajado mal y se ha quedado debajo. Aunque ahora en las pistas modernas han
inventado unos telesillas que van frenando para que te puedas bajar sin
dificultad. ¡Aunque pierde emoción!
-Pues yo he ido con David por una
azul y no me giraban las piernas como yo quería. Yo lo intentaba y nada.
No era
capaz de cambiar bien de sentido. Así que he tenido que recurrir a la cuña.
¡Qué depre! He vuelto a la primera clase. Y por supuesto no tengo fuerzas para
hacer la cuña en una azul, así que finalmente me he pegado un gran tortazo. ¡Y
madre mía! Lo que cuesta ponerse de píe con diez kilos de más. Encima el niño no paraba de gritarme ¡No seas
lenta mama!
-Pues yo te veía esquiando bien.
-¿Qué dices? A partir de ahora me
voy a plantear esto del esquí de otro modo. Que los niños vayan a sus
cursos
durante la mañana, se diviertan con otros niños de su edad y exploren con el
profesor la estación. Mientras, yo aquí en la cafetería o dándome paseítos
disfrutando de las vistas. Luego, si me animo alguna tarde, me pillo un medio-forfait
y esquió un ratito con ellos. Ya una no tiene edad de despatarrarse por la nieve.
Van llegando el resto de la
pandilla, cada uno contando sus aventuras. Nos hemos venido dos familias y nos
alojamos compartiendo un apartamento. Ayer
nos nevó todo el día pero hoy nos está haciendo un día espléndido, de esos que
siempre se recuerdan.
-Pues el profesor me ha puesto un notable en el paralelo.-Nos
dice Sandra.
-Y yo me he bajado ya por todas las verdes.-Cuenta David.
-Y nosotras hemos bajado por la pista del tobogán. La que
llaman rompe-culos.- Dice la niña de mi amiga.
-Sí, porque tienen muchos baches y se te rompe el culo. - Y
Sandra se parte de risa.
-Pues yo he conocido a un matrimonio de Pamplona en el
telesilla y me han dado orujo que llevaban en una petaca.
-Pues David y yo hemos bajado por esa azul y me he metido
una leche.- Digo yo orgullosa.
-¡Para leche yo! Que he salido volando en el tobogán.- Me
contesta David.
-Y yo me he caído haciendo la curva que nos ha enseñado el
profesor, y se me han quedado las piernas al revés.
-Las piernas no, serán los esquís.
-Y el profesor me ha levantado en volandas y me ha colocado.
-Para leches la de Piti. Estaba
intentando que Lucas tomara una percha con el snow y no había manera. No os
hacéis una idea de lo complicado que es. Porque hay que torcer la percha y
ponerla entre las piernas, a la vez que pones los dos pies en la tabla y
guardas el equilibrio. En esas que ha pegado el tirón la percha y han salido
volando y cayendo de boca madre e hijo. ¡Menudo tortazo! ¡Qué pena no haberlo
grabado!
Mi amiga Piti es una súper-madre,
me digo para mí misma, cuando la he visto volando agarrada al niño. No me cabe
ninguna duda de que haría cualquier cosa por sus hijos; incluido comerse la
nieve y arrearse contra la tabla de snow con tal de que Lucas se sienta menos
fustrado.
-Esta tarde podríamos ir al otro
valle. Tendríamos que coger una percha y luego un telesilla. Allí hay unas
azules muy largas muy chulas.
-Mira, yo me quedo en este valle que me lo conozco. Es mi
zona de seguridad. Ir al otro valle con los niños me crea una ansiedad
horrible. Si fuera sola no me importa, pero con niños…, me agobio un montón
pensando que les puede pasar algo. –Dice Piti.
-Es verdad, David por ejemplo va
a su bola. Estaba esquiando con él y en cuanto me descuidaba se me había pirado
a algún remonte.
-¡Pero mama! ¡Si yo te avisaba!
-David, pues sería de lejos porque no me enteraba y he
pegado cada susto. El año que viene te pongo un GPS.
La verdad es que esto de ir a
esquiar no tiene nada que ver con ir solos.
Con niños no paras, todo el rato atento a sus necesidades y pendiente de
que no les pase nada. Pero eso sí cuando les ves disfrutar es como si tu
disfrutases tres veces más. Verles felices y contestos te rellena algunos de esos huequecitos de
infelicidad que tenemos.
Al final Martín que tiene las
rodillas rotas y nos hace de mayordomo se ha vuelto a casa a preparar las
cosas, y los demás, que andamos emocionados con el buen tiempo que nos hace,
hemos querido aprovechar al máximo el día: Piti y el niño bajando con el snow hasta
el trenecito que les vuelve a subir a la estación. Candanchú es una estación que te permite ir
esquiando hasta la puerta de tu casa y luego coger un trenecito que recorre el
valle para subir a la estación.
Las niñas y yo vamos a aprovechar
practicando lo aprendido en las pistas verdes. Ahí sí que me siento yo cómoda
sin hacer esfuerzos y sintiendo que lo tengo controlado. David y Andrés, el marido de Piti, se van finalmente
al otro Valle.
Me preocupa que David vaya al
otro valle, pero se le ha quedado pequeño este que yo le ofrezco, y me quedo
con el corazón en un puño porque se va sin mí, porque lo que yo le puedo dar se
le queda pequeño. Menos mal que va con Andres y se que le va a cuidar estupendamente, Lo malo es que me doy
cuenta de que esto me va a pasar muy a menudo a partir de ahora.
Mejor pienso en otra cosa y
disfruto con las niñas en el gran rompe-culos. Voy al torno, acerco el bolsillo
donde está mi forfait y espero a que me deje pasar. ¿Ey? Esto no me abre.
Empiezo a menear el cuerpo a ver si el chisme este me pilla. Pero nada. Me doy
varias vueltas restregando todas las partes de mi cuerpo contra el chisme este
magnético. ¿Pero qué pasa?
¡Pues lo que pasa es que he
perdido el carísimo frofait! Noooooooo.
¿Pero por qué yo? ¿Por qué otra vez yo?
¿Qué he hecho mal? ¿Qué hecho sin pensar, inconscientemente, sin
centrarme atontadamente? ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? ¡Mierda! ¡Mierda! No es por el forfait. Es por mí. Es porque
otra vez lo he hecho yo. Otra vez yo. ¡Estoy harta! ¡Estoy cansada!
He dejado el forfait descuidadamente
en un bolsillo nada seguro, y como he metido y sacado mil cosas por los niños
pues al final lo he perdido. No he sido cuidadosa. No he sido concienzuda.
Me tiro en la nieve. Se ha ido el
sol, se ha levantado aire y hace frío. Las niñas se fueron solas por la pista y
no las veo bajar. Si algo les pasa y no
estoy allí porque soy un desastre de persona no me lo voy a perdonar nunca. Soy
una malísima madre que se está quedando congelada.
Las niñas aparecen entre la
blancura, dos puntitos verde y azul. ¡Son ellas! Preparo el móvil y as grabo.
¡Madre mía! Lo que les ha cundido. ¡Qué maravilla! Si hacen el paralelo fenomenal.
¡Qué estilazo! ¡Si giran en paralelo! ¡Uppssss!
Si no son ellas…
Esas si son. Una enanilla
despatarrada y otra más alta. La enanilla se ha despatarrado del todo rodando
por la nieve. ¡Esa es mi Sandrita! Pobrecina. Pero mírala, se levanta y continúa.
Me saluda con la mano. Se me llena el corazón de orgullo. ¡Qué ricas son nuestras niñas!
-¡Muy bien chicas! ¡Sois unas
campeonas!
-Me ha dicho un señor que cuanto
cobro por las clases de esquí. Porque le iba diciendo a Sandrita que tenía que hacer.
Yo iba delante y según como bajase le indicaba. Paralelo, cuña, déjate llevar.
Hemos quedado todos a las cuatro
y media para volvernos juntos en el último descenso hasta el apartamento donde
Martín nos espera con las maletas preparadas para volver a casa. Estamos agotados, helados, nos duelen todos
los músculos del cuerpo, pero nos sentimos todos felices y unidos. ¡Volvemos
a Madrid con las pilas nuevamente recargadas!
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