Fagmento del libro "Todavía no quiero recordar"


PRÓLOGO  

La claridad se filtra por mis ojos cerrados mientras mis oídos solo escuchan un susurro lejano, está presente, me hace compañía, pero no me molesta, me agrada. Me invade un olor intenso a gasolina; a mí siempre me gustó como huele, así que me complace mucho. Siento mi cuerpo ingrávido, relajado, abandonado, insensible. Soy mecida despacio por una fuerza invisible, delicada, suave, muy plácida. Con tanta paz, mi cerebro no recuerda ninguna de sus preocupaciones e inquietudes, están anuladas, muy lejanas, perdidas en algún limbo olvidado. No quiero ni puedo recordar nada. Estoy realmente en la gloria. Abro levemente los ojos y vislumbro un cielo azul brillante intenso. Los cierro rápidamente: en realidad no quiero despertar.  Sin duda estoy en el paraíso, pienso, mientras me abandono al vacío para sentir nuevamente solo la levedad de mi ser meciéndose sobre un ente viscoso.  En una condición semiinconsciente decido que este es el modo perfecto de pasar la vida, no quiero ni parpadear para no romper, el más sutil, ligero y maravilloso estado en el que me encuentro; estando, pero sin casi estar... Sin sentir, sin pensar, sin ser, sin recordar. No quiero recordar.

Pero penetra en mi inconsciencia una sirena lejana.  Me incomoda mucho, no quiero escucharla, aunque va incrementando su volumen rompiendo mi perfecto bienestar. Me niego a desprenderme de esta oquedad en la floto Se estaba tan bien así… Pero el ruido del pitido es insufrible, cada vez más alto, cercano e irritante. Creo que alguien me toca y me habla, es una voz bonita, profunda, agradable; me gusta. 

Pero déjame, no quiero contestar. Estoy tan a gusto ahora, ya te haré caso luego, ahora solo quiero quedarme tranquila, lejos de todo, abandonada a la paz y al vacío. Así se está tan tranquilo…

¡Abre los ojos! ¡Por favor! ¡Contéstame!
Déjame, no me hables, no me toques, estoy bien… Solo quiero paz, necesito tranquilidad…
−¡Cálmate! Tiene las constantes correctas, el pulso es bueno y respira correctamente.
Callaos… No quiero escuchar. Dejadme descansar. Habláis demasiado alto.
− Tiene una brecha. Presiónala para cortar la hemorragia.
−No puede ser… Sandra, ¿Me escuchas?
No. No te quiero escuchar.  Déjame tranquila. ¿Dónde está la calma ahora?
−Se ha tenido que salir de la curva a bastante velocidad para que el coche haya llegado hasta aquí.
− Sandra, por favor… ¡háblame! ¡Te lo ruego! ¡Sandra! ¡Sandra!
Déjame en paz; no llores, no grites, no quiero hablar, no quiero abrir los ojos, no insistas, así estoy bien, solo quiero estar tranquila. Así se está bien. Déjame, olvídame, vete…
−Tranquilo, déjala. ¿No ves que está inconsciente? No te va a contestar.  No te preocupes muchacho, ha llegado la ambulancia. Todo irá bien amigo…

No, no, dejadme, no me toquéis, no me mováis, que duele.  Ahora ya no hay paz, ahora solo hay dolor. Quiero volver, quiero regresar al sitio vacío y oscuro donde me encontraba; esto me lastima mucho y no me gusta. Quiero dormir nuevamente, solo necesito volver al olvido de nuevo para no sentir, para no pensar, para no recordar…

Nuevamente la claridad se filtra por mis ojos cerrados mientras mis oídos escuchan un pitido lejano pero desagradable. Está presente todo el rato, no me deja descansar, me acompaña con cada latido de mi corazón. Un olor intenso a lejía invade mis sentidos. ¡Odio la lejía! Me irrita mucho; tengo una sensación oscura y maligna que no me gusta. Mi cuerpo pesado está contraído, atrapado, no lo puedo mover. Lo siento tenso y dolorido. Me estalla la cabeza, y un dolor profundo aguijonea mi pierna y me arde el brazo.  ¿Qué ocurre? ¿Dónde estoy?  Abro los ojos buscando una explicación y me ciega una luz intensa.  Sin duda estoy en el infierno, pienso, mientras me abandono de nuevo a un vacío oscuro, hostil y frío para no sentir nada, para no pensar, para no recordar.
−¡Sandra!¡Sandra!¿Estás despierta?¡Háblame!
−Déjala, necesita descansar…
−Sandra…

Una vez más la claridad se filtra por mis ojos cerrados y otra vez mis oídos escuchan aquel pitido, pero esta vez más cerca; juraría que es mi pulso, continúa oliendo a lejía, pero también a una colonia que me es gratamente habitual. Me duele aún la cabeza, una pierna y el brazo. ¿Qué me ha pasado? Abro los ojos y veo el techo. Recorro con la mirada una habitación blanca, fría y triste.  Tengo cables que salen de mi brazo y se enchufan a una máquina que suena intermitentemente. Veo mi latido. Es sereno.

Continúo girando la cabeza y finalmente le veo. Sonrío. Era su colonia lo que olía: es él.  Tan joven, tan bueno e inocente. La única persona pura que conozco, aún sin corromper por esta jodida vida. Nada que ver conmigo; a quien la vida ha enseñado sus garras y ha maltratado, apaleado y herido tanto que he desarrollado una coraza dura y fría, que sorprendentemente él logra derretir. 

Me pregunto por qué está conmigo. Me encanta cuando va, como ahora, con su uniforme. Le queda tan bien; como si lo hubieran pensado para ajustarlo a su bendito cuerpo. Siempre intenta controlar su pelo para parecer un profesional serio, pero inevitablemente se le escapan los rizos para caer sobre sus ojos, como ahora. El pobre está dormido en un sillón cerca de… ¿mi cama? ¡Pero si estoy en el hospital! Pero, ¿qué hago aquí?

−David…− susurro despacito con miedo de asustarle, pero él abre los ojos sobresaltado y en un suspiro está a mi lado con cara de preocupación.
−Sandra, tesoro, ¿Cómo te encuentras?
−Dolorida… ¿Cuánto llevo aquí?
−Dos días.
−Pero, ¿qué me ha pasado? ¿Qué hago aquí?
−Tuviste un accidente de tráfico. Alguien avisó a la Guardia Civil y Martínez y yo te encontramos. Tienes una contusión en la cabeza y roturas en el brazo y la pierna.  Es un milagro que vivas Sandra − me dice conteniendo las lágrimas en sus ojos mientras me acaricia la cara con cariño.
− ¿Un accidente? No, no puede ser. No lo recuerdo.
−Sandra, ¿no te acuerdas de nada?
−No.
−Sandra…  ¿No te acuerdas si pasó algo en tu cochera?
−No, no recuerdo nada…
− ¿No te acuerdas si huías?
− ¿Huía? ¿De qué huía?
−No lo sabemos…− se le oscurecen los ojos cuando me dice. −. Sandra, algo horrible ha sucedido. No sé cómo decírtelo…
− ¿Horrible? ¿Le ha pasado algo a Marta?
−No, Marta está bien. No te preocupes, está con tu vecina. Pero algo le ha ocurrido a tu marido.
− ¿Qué…?¿Qué le ha pasado?
−Sandra, está muerto.
− ¿Muerto?
−Sí. Quizás fuiste testigo y por eso conducías tan rápido. Te has estrellado cuando huías. ¿Lo recuerdas? ¿Lo viste? ¿Te perseguían? No ha podido ser de otro modo, es la única explicación…
− ¿Le han matado?¿Y yo huía? No recuerdo nada.

No, no, no puede ser…, muerto, “malamen” muerto… Y yo huía… ¿De quién? Me duele tremendamente la cabeza, me va a explotar, no recuerdo nada, solo una luz, una paz, una tranquilidad… No debí despertar, yo solo quería no sentir, no pensar, no recordar.


Si te ha gustado, puedes leer más en:

Comentarios

Entradas populares de este blog

Juegos entre cenizas. El triunfo de la inocencia frente a la adversidad