Las diez y treinta del Domingo y por fin se acaban de ir todos los
invitados, Raúl y yo nos miramos, nos sonreímos y nos damos un beso: ¡Hemos
sobrevivido al decimo cumpleaños de Iván!
Y es que los cumpleaños son una tortura para los padres, o por lo menos para
mí.
Y eso que he tomado la firme resolución
de simplificar las cosas. ¡Pero con los cumpleaños no lo logro!
Primero hay que hacer regalitos a todos los niños de la clase. Ya no sirve
aquello de la bolsita de sugus de antaño. Ahora le das un sugus a un niño y te
lo tira a la cara diciéndote, ¿pero qué birria es esto?
No, tienes que irte al chino de turno y tirarte horas buscando un regalito
que cubra las expectativas y supere o al menos iguale el ranking de los
regalitos de cumpleaños. Porque se ha convertido en toda una competición. Así
que empiezas a buscar:
-Iván, ¿Qué tal estas gomas de borrar con rodamientos automáticos?
-No..., porque las regaló Luisín
-Vaya, ¿Y estos rotuladores fluorescentes?
-Ya los llevó Pedrito
-Ummm, ¿Qué tal los sacapuntas musicales? uy, se me van de presupuesto, carísimos,
carísimos...
-¿Y las caretas por Halloween?
-No mami, el año pasado ya las llevamos...
-Vaya por Dios...
Al final han sido bolis de tinta invisible con luz descubridora. ¡Ha sido la
bomba en clase! Estoy segura que la profe me va a odiar porque son ideales para
hacer chuletas...
En fin, fase una del regalito de clase superada. Ahora hay que pensar en la
fiesta para los amiguitos. Aquí hay varias modalidades: Está la de parque de
bolas: Esta no está nada mal, unas monitoras muy agradables se encargan de los
niños, de entretenerles, pintarles la cara, darles la merienda, de modo que te
olvidas durante unas horas de ellos, luego invitas a los padres a algo y te
tiras la tarde esperando a que terminen (como eres la anfitriona queda mal
irse...) con la cabeza como un bombo por los gritos y el ruidazo de estos
parques de bolas porque no se como lo hacen pero suelen meter 5 o 6 cumples a
la vez y por supuesto no tienen un cuarto insonorizado para que la mama de turno
se encierre. Al final viene la factura. Bueno la súper factura. Esta es la
parte mala de los cumples en los parques de bolas que tienes que pagar la
factura con gran dolor de cabeza y bolsillo...
También está la opción de celebrarlo en una hamburguesería, pizzería o algo
similar. El inconveniente que te encargas tu de tomar notas a los niños,
encargar y recoger la merienda, repartirla, encargarse de la tarta y los
regalos. No hay bolas, pero estos sitios suelen tener algún chisme para que los
niños jueguen. Es más barato que un parque de bolas pero los padres pringan más
y el dolor de cabeza es similar al de parque de bolas porque tampoco tienen
cuarto insonorizado donde esconderte.
Luego está la modalidad cumple en un parque al aire libre. En primer lugar
necesitas buen tiempo garantizado, y luego tienes que ir a comprar, montar el
chiringuito, repartir la merienda, encargarte de la tarta, los regalos, la
piñata (que es un cumple campero sin piñata), entretener a padres e hijos con
juegos típicos de domingueros estilo pañuelo, gallinita ciega y esos de toda la
vida y por último recoger el tenderete que has montado... Lo bueno, no hay que
barrer al final porque las migas son biodegradables.
Y la opción que intenté este año con Iván. Fiesta de pijamas sencilla en casa
con un par de sus mejores amigos. Me pareció un buen plan, más barato y más
tranquila.
El problema surgió cuando dos amigos se convirtieron en seis:
-Mama, pobre Juanito, él también es mi amigo y está muy triste porque no
viene...
-Mama, Pedrito está llorando porque es mi segundo mejor amigo y no le he
invitado...
Así el sábados nos encontramos con seis amigos más dos hijos a merendar,
cenar, dormir y desayunar.
Yo la verdad es que el sábado cuando iban llegando los niños empecé a temer
si el domingo seguiría viviendo con mi marido. Yo le miraba de reojo imaginando
que se escaparía a mitad de la noche…
La parte de la merienda hasta la cena fue bien. Como vivo en una urba, los
niños se fueron a la calle y no me enteré de ellos en toda la tarde (aunque mis
vecinos si), no iba mal el plan de momento.
Lo malo es cuando como ya había anochecido, hacía frio, me vi obligada a
dejarles pasar a casa. Ya no tenía escusas para mantenerlos en la calle.
Aquí ya mi plan empezó a torcerse...
Porque los chavales se portaron fenomenal, no lo puedo negar. Pero es que
hay una cosa que no saben hacer: Es hablar bajito. Y yo no tenía ni idea de
esto. Por más que se lo explicaba una y otra vez: Hay que susurrar, mover los
labios despacio...
No eran capaces de hablar bajito, cuando quieren expresar algo que les mola
sólo pueden gritar, y como estaban todos súper emocionados con dormir juntos
pues mi casa era un girigay de gritos, risas y carcajadas histéricas.
Para ser sincera a mi me encantaba porque les veía súper felices y
contentos. No me hubiera importado de estar en una casita en mitad de la
montaña o algo así. Pero en mi piso estaba un pelín preocupada por mi relación
con mis vecinos cuando a las tantas de la madrugada aquellos seguía de esa
guisa. Además, ¿cuántas veces pueden 8 niños ir a mear, abrir y cerrar la
puerta y tirar de la cadena? Hoy he visto a mi vecina de abajo y se me ha
cruzado a la otra acera...sospecho que fue por lo del sábado...
El momentazo cumbre de la fiesta fue cuando abrimos la puerta del salón y
los niños vieron tres colchones hinchables gigantes preparaditos para ellos.
Esto fue la locura padre. ¡Imaginaros que tentación para ellos! Todos se liaron
saltar, rodar, hacer volteretas de colchón en colchón. ¡Estaban fuera de si con
la sorpresa!
Finalmente fueron buenos entrando en razón y tras distintas y variadas
amenazas, incluida irse en pijama andando a su casa, comprendieron que los
colchones eran para tumbarse nada más. Porque lo de dormir... A la una de la
mañana aun estábamos con el "niños!! ¡A dormiiiiiiiirrrrrrr! Y todo eran
risas y cachondeo. Ufff, seguro que mis vecinos me odian!
Otra cosa que nos hizo un pelín insoportable la fiesta de pijamas fue el
madrugón que se dieron los niños. ¿Pero qué niño se despierta por la mañana
para ir al cole sin quejarse y sin que haya que llamarle mil veces? Pues el domingo
a las seis estaban todos ya despiertos. Y de nuevo, y aunque les intenté
enseñar no fui capaz de que hablaran bajito...
Después de ponerles una peli y desayunar, no había manera de contener su
alegría desproporcionada. A las 7:30 teníamos ocho niños emocionados de nuevo,
felices y contentos pegando gritos como locos en mi piso. A las ocho ya esto
era insoportable, yo estaba de nuevo muy preocupada por mis relaciones
vecinales o porque apareciera la policía en mi puerta.
Así que Raúl, cual flautista de Amelin, se los llevó a jugar al futbol mientras
yo me pegaba toda la mañana limpiando la casa, cocinando y preparando todo para
la fase tres del cumpleaños de Iván: Fiesta con la familia.
El domingo por la noche Iván decía que había sido el mejor finde de su vida,
y Raúl y yo no podíamos ni pestañear. Pero nos sentíamos agradecidos de haber
terminado y mañana ir a la oficina a descansar.
Sin duda algo va mal con nosotros los padres de ahora y los cumples de
nuestros hijos.
Estos son desmedidos, nos emociona celebrarlos pero nos pasamos dos pueblos.
Lo que me queda claro es que el año que viene lo tengo que organizar de otro
modo, pero ¿de cuál? Ya he probado de todo hasta ahora y ninguno me convence,
quizás el año que viene lo celebremos llendonos a las Canarias; muy, muy lejos
de todo.
Lo peor de todo esto es que ahora has dejado el liston muy alto, y mi hija no se va a conformar con que vengan los amiguitos a pasar el dia en casa,ahora quiere su fiestade pijama, ya son mayores para burger, VIVAN LAS FIESTAS DE PIJAMA
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